La tentación del jardín

Pequeño florilegio sobre el arte de cultivar los placeres verdes

Xavier Mouginet

Traducido al español por Benjamin Aguilar Laguierce

 

Mientras conversaba animadamente, una magnolia, amo y señor del gran orden de los árboles, me contaba un día que, destacando majestuosamente en un lugar cerrado (en adelante, el jardín), se sentía solo. A esto replicaba, a lo largo de quince años, con la intermediación de algunos amigos vegetales que lo acompañarían en su reinado: un avellano tortuoso, un manzano japonés, un árbol del amor (cuyas flores brotan directamente en el tronco). Sumaba un prunus, una lila, una sófora llorona, unos juncos. Y también aralias y tetrapanax, ¡plantas que atravesaron el tiempo desde el jurásico!, dos glicinas, cuyas flores perfuman todo el jardín, una variedad de actinidia con hojas tricolores, verde, blanco y rosado, de cincelado extraño, así como unas cárices y otras gramíneas vistosas. Detrás de él nacería un frondoso bosquecito de bambús a modo de frontera para ensimismarme más en el ambiente. Poco a poco fueron colonizando el espacio bojes en topiaria cual puntos en el discurso.

En esta fiesta de sombras de verde, añoré la presencia de un género que llamaría más la atención, un acer palmatum, el arce japonés. Una docena de especies se encienden con el otoño y se afianzan perentoriamente. Pequeños, de colores variados, estas miniaturas de arces injertados son pobladores adaptados a las ciudades. Se mantienen dentro de las dimensiones que dicta la inmutable normativa urbanística: llenar ese espacio limitado para las plantas y adornarlo. La ciudad, selva entrecana, comparte eso con la naturaleza: aborrece el vacío.

Muy a mi pesar, fueron también imponiéndose otras especies. Una de las que no soporto es la fragaria vesca, la fresa silvestre que con su acodadura natural tiene la desconcertante capacidad de extenderse más allá de lo que la razón entiende. Otras revisten cierto interés: nuestra amiga la hiedra, muy sociable, se impone con facilidad aquí y allá con una increíble desenvoltura; la madreselva ciñe, amenazadora, al manzano; las violetas y prímulas salpican de colores el césped; los helechos comunes, colones de los bosques aledaños, yerguen sus altivas frondas.

Así nació mi jardín, con mi ansia compulsiva de hundir las manos en la tierra, esculpir lo vivo, conversar con los vegetales para que cuenten la variedad de sus formas, colores, olores. Fue mi necesidad de aislar el pensamiento, suspender el pasar del tiempo urbano. Mis ansias de jardín.

 

Mientras los citadinos se regodean en su entorno mineral y no gozan sino de diminutos espacios de naturaleza famélica, los jardineros saben retirarse del mundo. Buscan lo verde, plantan, arrancan, edran, escardan, podan, acodan, estaquillan… Saben que aquí, en el jardín, vive una desbordante vegetación que nace, crece, se reproduce frenéticamente, en silencio, y sin que se den cuenta, pululan, dan rienda suelta a la inventiva. Son pacientes los jardineros, observan la abundancia de las temporadas, se compaginan con el lento ritmo de aparición de la vida, lo mismo que un viajero, que se conforma con la tardanza de su vagabundeo. Sus fracasos los hicieron humildes. Plantar. Esperar. Vislumbrar el éxito del brote y pasar página. Volver a empezar. Plantar. Esperar. Vislumbrar el éxito del brote y pasar página. Saben que la felicidad está ahí cerca, ribetea el jardín, bajo un terrón en donde eclosionará toda la belleza y la diversidad del mundo.

De tanto contemplar los parques y jardines del otro mundo, aquel de los hombres y mujeres, reflexiono a menudo sobre el placer y la satisfacción que nos mueven cuando los visitamos. ¿Por qué este entorno nos conmueve hasta ese punto y surten sensiblemente los mismos efectos sobre quienes los recorren, trátese de modestos curiosos, ilustres aficionados o botanistas confirmados?


Benjamin Aguilar Laguierce es traductor profesional. Tras un Máster en estudios hispánicos e hispanoamericanos con especialización en traducción y lingüística y un Máster en traducción editorial de inglés, se dedica a la traducción literaria, editorial y creativa, la traducción técnica, la traducción jurada y jurídica, y la investigación (doctorado en traductología) enfocada en traductología, lingüística y lexicología.

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